Sat, 30 Nov 2019 in Revista Estudios de Políticas Públicas
RESEÑA. Kabanda, Patrick (2018). The Creative Wealth of Nations. Can the Arts Advance Development?. Cambridge: Cambridge University Press. 331 pp.
La defensa reciente de las artes en el debate público se podría documentar histórica y políticamente asociada al Nuevo Laborismo inglés, como visión gubernamental que las valora en la superación de la violencia y pobreza (Belfiore, 2008; Gross, 2018). En el libro The Creative Wealth of Nations (2018), Patrick Kabanda propone una mirada de las artes en interacción con distintos aspectos de la sociedad global. En la experiencia regional, desde lo público, estas se han asociado vigorosamente a la educación a través de las orquestas juveniles e infantiles (Carlson, 2016; Concha, 2012; Guarda, 2012;). Y recientemente se han generado iniciativas de fomento a las industrias creativas (Corfo, 2019).
A pesar de lo anterior, enfoques no dominantes señalan que tanto las artes como humanidades han sido acorraladas con el tiempo, fundamentalmente en el área de la educación, dando lugar a una formación enfocada esencialmente en la renta en vez de la democracia (Nussbaum, 2010). Ello podría asumir que las artes se vinculan históricamente a la educación en tanto contribuirían a la sociedad desde, al menos, una noción de desarrollo.
En el primer capítulo Kabanda sienta dos enfoques para evaluar la contribución del sector creativo al desarrollo. En la primera parte, “primer movimiento”, el autor establece una mirada instrumental para dar cuenta esencialmente del potencial de crecimiento del sector, y la influencia de las artes en la innovación, a través del cultivo de la creatividad. El planteamiento contesta la interrogante acerca de cómo la industria de las artes funciona y se conecta con otros sectores de la economía, ilustrando por medio de datos y casos específicos de éxito (Clusters de música en Nashville, Estados Unidos), ciertos conceptos de economía creativa (externalidades del arte en conexión con otros sectores económicos, creación de empleos y comercio).
Posteriormente, en el “segundo movimiento”, Kabanda, apoyado en las definiciones microeconómicas de Throsby (2010), propone otro enfoque para evaluar el aporte de las artes al desarrollo, distinguiendo el valor cultural del valor monetario de las artes y caracterizando a los bienes culturales como bienes mixtos, en tanto bienes y servicios. Precisa y documenta el valor cultural de las artes esencialmente en torno a los conceptos de inclusión social y capital social. Ejemplifica la primera con experiencias provenientes de países en vías de desarrollo (El Sistema de Venezuela, Afroreggae de Brasil y el Movimiento contra el Apartheid Sudafricano), destacando los desafíos en el ámbito de la medición tanto de su impacto, como de los costos que dicha inclusión implica, ejercicio para el cual ofrece datos que cuantifican la exclusión de personas de origen gitano contrastado con el aporte cultural que el legado de aquella nación ofrece al mundo. Aun cuando el autor propone un análisis más allá del valor monetario, utiliza intensivamente el concepto de capital social para relevar el rol de las artes en la construcción de redes sociales de apoyo (ilustrado en las dinámicas al interior de coros), cuyo valor se demostraría en diferentes stocks de dicho capital, relativo a la confianza, normas y redes de apoyo, crítico para la prosperidad económica y desarrollo sustentable de las sociedades. Ello se matiza en el momento en que Kabanda indica que el aporte de las artes también puede evaluarse fuera de la función instrumental utilitarista, considerando su contribución a una capacidad social (social capability) asociada al Enfoque de Capacidades (Sen, 2000). Con todo, se observa que dada la propuesta en tanto evaluación de las artes en su aporte al desarrollo, aquellas habrían de examinarse con mayor precisión debatiendo de modo más explícito qué implica efectivamente el desarrollo y las diferentes aproximaciones teóricas que dan cuenta de ello (Nussbaum, 2011).
En el capítulo 2 el autor expone la relevancia de las artes en la educación, desplegando esencialmente dos aspectos de aquel fenómeno: por una parte, una consideración del rol de las artes desde la teoría de Capital Humano, versus una evaluación desde el Enfoque de Capacidades. Tras desmitificar las bondades de la exposición musical a temprana edad de los niños (efecto Mozart) a partir de evidencia disponible, Kabanda cuestiona que el argumento para justificar las artes en el ámbito del desarrollo radique en la posibilidad de que estas incrementen la inteligencia de los niños. Y con ello señala una trampa frecuente en la discusión, cual es considerar a las artes únicamente como un capital para aumentar las posibilidades productivas, que, a su vez, se ubicaría en la base del rechazo a costear iniciativas de educación artística aduciendo un bajo retorno de dinero. Explicaciones de este tenor, desestimarían la contribución de la educación artística al enriquecimiento en sentido amplio de la vida de las personas, y, por ejemplo, a la formación de su capacidad de agencia. De este modo, la exposición del autor, apoyada en la idea de que el valor de la educación de una persona, evaluado desde la teoría de Capital Humano según su rol en la producción, circunscribe artificialmente el sentido de la capacidad de agencia en sus realizaciones (Sen, 2000), converge con aquellos argumentos que señalan la necesidad de considerar los funcionamientos de cada estudiante más allá de la reproducción de conocimientos, es decir evaluarlos como gestión propia de sus realizaciones con base en la formación de capacidades, observando bajo qué condiciones los funcionamientos observados se relacionan con las capacidades establecidas como objetivos transversales (Walker, 2007).
Para cerrar la primera parte, se propone indagar en torno a cómo los artistas y sus creaciones frecuentemente pueden facilitar el entendimiento de temáticas intrincadas dentro de la discusión pública. El tercer capítulo aborda la relación entre las artes y la discusión medioambiental, bajo el imperativo que Kabanda establece para la acción contra el cambio climático y la necesidad de modificar la mentalidad, abriéndose a enfoques multidimensionales de política pública. A través de la exposición de diferentes casos el autor releva las posibilidades de las artes y su difusión, para aportar al trabajo de despejar escepticismos en torno al cambio climático, y, en caso de ser aclarados, acortar la brecha entre una conexión intelectual con la situación climática y la acción concreta de las personas. Los atributos indicados se ilustran en trabajos de arte destinados a retratar los mayores agentes contaminantes (Unfold en China), iniciativas artístico-sociales (The Green Belt Movement, en Kenia) para fomentar la auto-confianza y júbilo de las personas, asegurando el futuro y la vitalidad de su tierra, y creaciones performativas asociadas a la danza y la música (On the Nature of Things, referida a la vida en el océano) precisamente como un modo en que las artes junto a las ciencias pueden integrarse para una promoción de la acción efectiva por el clima, apoyándose en la confianza que las personas depositarían en los artistas como “mensajeros” de una información compleja que igualmente les haga sentido.
El siguiente capítulo, número 4, inaugura la segunda parte, dedicada al comercio de servicios, y expone, en forma amplia y robusta, un panorama del comercio internacional en el ámbito de los servicios culturales. En la indagación acerca de cómo el área de la Marca País puede contribuir al desarrollo, el autor utiliza como referencia teórica los modelos de oferta de servicios establecidos por la Organización Mundial del Comercio (1. Comercio Transfronterizo; 2. Consumo en el Extranjero; 3. Presencia Comercial; 4. Presencia de Personas Naturales), y los liga al concepto de agregación de valor. Esto se ilustra recurrentemente en el caso de la industria cinematográfica, especialmente de Nigeria (Nollywood) e India (Bollywood) y su impacto regional. Junto con respaldar el potencial de dicha industria según su aporte al crecimiento de las economías de sus países de origen, Kabanda se cuestiona sobre cómo las artes y la cultura pueden apoyar en un mejoramiento del desarrollo de la Marca País de numerosos países africanos, para atraer mayor inversión y reducir los costos que la aversión al riesgo produce a partir de imágenes de países tristemente conocidos, las más de las veces, por olas de violencia, escándalos de corrupción y fraudes. El autor señala que a través del comercio de servicios creativos las artes contienen un potencial tanto para contribuir a la creación de un ambiente doméstico de confianza mutua, como para inducir inversión en otras áreas. Aquí articula con los casos exitosos de hubs y clusters creativos presentados en el capítulo 1, como alternativa para inspirar y acelerar la innovación. A su vez, cita una estrategia del Banco Mundial para la promoción de la Marca País en contextos donde esta se muestra débil, cuya propuesta apunta a involucrar las artes a partir de la construcción de una marca positiva acerca de los beneficios más allá de las ganancias económicas. Ello refleja el valor del texto en la medida que aporta al debate cuando connota un alcance con enfoques alternativos de políticas culturales. Una evaluación de este tipo, alternativo al enfoque dominante, aborda el concepto de “oportunidad cultural”, entendida como libertad sustantiva de una persona para dar forma y valorar sus experiencias de vida, buscando ir más allá de las limitaciones que en política pública entraña un análisis agotado en el consumo de servicios culturales (industrias creativas) y “excelencia y acceso” (subsidio a la oferta) como democratización de la cultura (Gross, 2018).
En el capítulo 5 y 6, se presentan las condiciones particulares que la digitalización ofrece para el desenvolvimiento global de los artistas, y el rol del turismo cultural en una economía global dinámica. A través de interrogantes acerca de cómo las industrias de países en vías de desarrollo pueden efectivamente incorporarse al mercado global de la música a través de las nuevas tecnologías, se develan obstáculos relativos a la conformación de oligopolios en la comercialización de la música (procedentes de países desarrollados), y oportunidades que apuntan a la disminución de costos de distribución para la exportación de música étnica desde países en vías de desarrollo, como negocio de pequeña escala y valor agregado. En el caso del turismo cultural, el autor distingue el surgimiento de este último como una oferta de participación activa en cursos y experiencias de aprendizaje, destacando el potencial de la cultura en la promoción del turismo local y la dinamización del desarrollo urbano. Al mismo tiempo, se señalan los riesgos que implican estas dinámicas de turismo, en tanto podrían “gentrificar” lugares de creación cultural, transformándolos en lugares de consumo cultural.
La tercera parte del texto es presentada como variaciones en el tema abordado en lo general en torno al desarrollo, en la cual abundan los casos que documentan los planteamientos y propuestas de política. De esta manera el capítulo 7 se hace cargo de la brecha de género en las artes, tanto en el ámbito de los salarios y estereotipos (industria cinematográfica), y acceso a plazas laborales (audiencia de orquestas), distinguiendo su relevancia para el desarrollo en tanto las artes retratan aquello que la sociedad valora como futuro para sí misma y las generaciones posteriores. En el octavo capítulo se recogen distintos casos que ilustran el modo en que las artes coadyuvan en la curación de traumas y en la renovación urbana, como testimonios de la necesidad de inversión en iniciativas de dicho tipo.
Finalmente, el capítulo 9, como único apartado de la cuarta sección, expone las complejidades y desafíos que supone la generación de datos en el ámbito de las artes.
Si bien esta es incipiente, y, a la luz del potencial comercial ampliamente demostrado, parece contraintuitivo advertir riesgos en la creación y uso de datos para la toma decisiones, la advertencia de Kabanda apunta a la necesidad de integrar enfoques interdisciplinarios para comprender y evaluar aquellos aspectos de difícil medición que contienen las artes.
La pregunta que acompaña el título del texto adelanta su ejercicio central: una justificación de las artes al momento de ser debatidas en el ámbito de la política pública. Desde allí el autor se introduce específicamente en el área del desarrollo, y para ello respalda sus planteamientos en una serie de datos provenientes de agencias, y referencias teóricas sutilmente tratadas. A riesgo de sobresimplificar algunas de ellas, transita con fluidez entre enfoques dominantes de análisis, para aludir a visiones alternativas en un modo que, dada la especificidad y baja exploración del ámbito artístico, parece subutilizado. Con todo, ello parece compensarse con la constante invitación a indagar a través de preguntas exploratorias, evitando agotar un tema y sus derivaciones, que dada la generosa documentación provista y expertise demostrada, podría haber sido fácilmente vaciado.
El trabajo de Kabanda es generoso, logra integrar un lenguaje técnico del área artística preciso e inclusivo, renuente a florituras, con conceptos de otros ámbitos, y ofrece múltiples recomendaciones de política pública a partir de experiencias exitosas que han tenido lugar tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo. En vista de su hipótesis declarada --cada nación, grande y pequeña, cuenta con una riqueza creativa única-- el texto es una invitación a que actores provenientes desde diferentes formaciones, y con diferentes intereses, se documenten y converjan en un debate tan serio como libre de aprensiones.
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